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Un Mirar, un decir, un sentir en la MEDIACIÓN EDUCATIVA

Prologo de “UN MIRAR, UN DECIR, UN SENTIR EN LA MEDIACIÓN INTRAPERSONAL” Bs. As., Editorial Histórica, año 2004, 370 páginas.

 

 

En un viaje reciente por Haití, el país más pobre y discriminado de América Latina y el Caribe, fui descubriendo signos. Varios de ellos de esperanza, otros de resistencia cultural y hasta de vida. Las manifestaciones de ese sufrido pueblo pueden palparse a través de su arte plástico y su música; es decir, a través de su riqueza artesanal que refleja la vida cotidiana. Utilizando el metal, la pintura, la madera y cuanto material disponible exista expresa la vida cotidiana en forma de pensamiento y en el sentir del artista.

 

   La vitalidad de esta gente se hace presente en el contacto permanente con la Madre Naturaleza. Una de esas expresiones que siempre me impactan por su gran variedad y riqueza expresiva es el “Árbol de la Vida” que es recreado continuamente por las formas en metal y color canalizadas en el lenguaje de la plástica. Siempre apuntando a la esperanza de la vida.

 

   Cuando leí el libro Un mirar, un decir, un sentir en la Mediación educativa, de Cecilia Ramos Mejía, tuve la sensación de hacer, construir y crear generando esperanza. Esta construcción y esperanza nace de la experiencia y del saber de una educadora.

   En toda obra debe existir un equilibrio. Este se muestra en el pensamiento del autor, en el desarrollo del mensaje que se transmite para permitir la apertura de nuevas posibilidades creativas que los lectores y educandos asumirán y compartirán con los demás.

 

   Por su parte, Albert Einstein decía que más importante que el conocimiento es la creatividad. Creo que estas páginas son un aporte, ya que van dirigidas a las escuelas y en particular a los educadores que son los agentes multiplicadores indispensables en el aula. Desde allí apuntalan desde la conciencia y los valores la formación de los jóvenes, sin dejar de lado la construcción de nuevos paradigmas en las relaciones humanas, en la convivencia y en el comportamiento de la sociedad que les toca vivir.

 

   Como bien lo señala Cecilia “el mapa no es el territorio”. Esta es la columna vertebral del libro. Dicho de otra manera: alcanzar caminos alternativos y posibilidades nuevas en los comportamientos y relaciones entre las personas y grupos de pertenencia. Uno de ellos es la escuela en donde la formación y la educación entrelazan a docentes y alumnos.

   Paulo Freire, ese extraordinario maestro y pedagogo, aseguraba que la educación debe ser la práctica de la libertad. Sin dudas, desde la interrelación del educador-educando y del educando-educador. Esta sociedad es posible ya que nos educamos juntos y unidos compartimos el profundo sentido de la libertad y la paz.

 

   Por otra parte, vivimos en un mundo convulsionado que constantemente está sometido a guerras, hambre, desigualdades y tensiones entre las personas y los pueblos. Somos parte de sociedades donde se ha generado la cultura de la violencia que se expresa muchas veces en las relaciones personales, familiares, en las escuelas, trabajos, en los medios de comunicación social; es decir, en la vida cotidiana.

 

   Basta con echar un rápida mirada a nuestro alrededor para comprender que la violencia social y su progresiva estructuración conlleva la pérdida de los valores, de las relaciones humanas y termina con la comunicación y el respeto que nos debemos unos a otros.

   No todo está perdido. La palabra es energía y como tal es transmisora del pensamiento. Es constructiva y edificante para cada ser humano y grupos sociales porque permite establecer comuniones y fortalecer las existentes. Pero, por otra parte, también puede ser destructiva y generadora de conflictos agudizando los problemas con mayor tensión y violencia.

   Debemos partir de una base muy simple: NADIE PUEDE DAR AQUELLO QUE NO TIENE. Si tenemos la paz en nuestro interior, en nuestro pensamiento y en nuestra conducta será posible compartir y superar los problemas a través del diálogo. Sin embargo, si nos dejamos arrastrar por la violencia y nos creemos dueños de la verdad absoluta imponiéndola a los demás, caemos en autoritarismo del poder dominador.

 

   Con sutileza y precisión, Cecilia nos conduce desde el razonamiento y la formación educativa hacia los cambios de conducta a través de la conciencia crítica. Al lanzar “el último uno por ciento de la historia humana” avisa que el hombre no es por naturaleza ni violento ni pacífico. Este, se ha ido adaptando  para sobrevivir y para ello más que un Homo Asesino (como se lo pintó), fue un Homo Negotiator que se fue adaptando a las circunstancias, conciliando entre luces y sombras.

   Es necesario tener una mirada hacia adentro de cada uno de nosotros, hombres y mujeres, para comprender y comprendernos. Esa mirada es descubrir el árbol de la vida, de nuestra propia vida y la del prójimo.

 

   Esta obra nos deja descubrir entre la frondosidad las raíces de los comportamientos humanos y las sociedades a las cuales pertenecemos, a los ámbitos tales como la escuela.

  Las historias y cuentos arrastran a la reflexión y el análisis de la mediación, apuntando a la resolución de los conflictos y el despertar hacia una nueva conciencia de la cultura de la paz. Una conquista de la sabiduría y el espíritu que se manifiesta en la escucha activa de los sentimientos y en el respeto que todo humano merece.

   Siempre tengo presente a ese gran místico y pensador Tomás Merton cuando afirma “los hombres no son una isla”. Transitar por la experiencia de la Mediación Educativa es descubrir los valores y el sentido de compartir la vida.

 

 

                                                              

Buenos Aires, 1 de noviembre de 2003

 

                              

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Adolfo Pérez Esquivel

Premio Nóbel de la Paz., año 1980

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